Lloraba un alma enamorada
lágrimas, dolor, pena, llanto
un corazón entona su triste canto
una mano, cansada, tras su ventana cerrada
Allí desde su palacio, desde su ventana
admira aquella lágrima blanca
poesía hecha arte, arte que la pasión arranca
para ti, mi amada, mi esposa, mi alma hermana
… y es que el Taj Mahal es eso: poesía hecha arte, un canto al amor, una obra sublime que sólo un alma enamorada sería capaz de ofrecer al mundo. Allí, justo sobre el pórtico de entrada, se pueden leer unos versos del Corán que describen el paraíso, que te dan una idea de lo que nos vamos a encontrar y de lo que vamos a sentir; como palabras mágicas, aquel portón de bronce nos descubrirá un “palacio de perlas rodeado de jardines”.
No hay nada más profundo para cualquier viajero que sentarse en uno de los bancos que hay por todo el Jardín del Paraíso y admirar la silueta del impresionante Mausoleo recortada sobre un cielo limpio, que poco a poco se tiñe de rosa al caer la noche, mientras de fondo, en las afueras del Templo, en la ciudad, en Agra, una pequeña localidad situada al norte de la India, en el Estado de Uttar Pradesh, oímos los cánticos y las oraciones propias de estas gentes. Y así, mientras admiramos la soberbia perfección de todo el conjunto; su simetría; los estanques que, como una llave dorada y perfecta, abren el camino hacia el templo de mármol, entre flores de lotos que flotan sobre sus aguas, nuestra mente vaga absorta, solitaria, olvidada de tanto turista como nos rodea, y rememoramos casi con lágrimas en los ojos la triste historia del emperador Sha Jahan.
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